sábado, 23 de mayo de 2015

Micros


Tempestad
En medio de la tempestad, una pequeña barca.
Dentro de la frágil embarcación un hombre aferrado fuertemente a un inútil paraguas.
El viento intentaba arrancarlo de sus mano pero el hombre, aún siendo consciente de la inutilidad de semejante instrumento en aquellas circunstancias, lo sujetaba con la misma fuerza que se aferraría a un salvavidas.
Desde la costa la gente miraba aquella figura diminuta, apenas una sombra en la lejanía. Las preguntas volaban de paraguas y las conjeturas esquivaban las gotas de lluvia para correr de oído en oído.
El hombre, ajeno a la multitud que lo observaba, continuaba allí, inmóvil, recibiendo en su cuerpo el impacto del viento, las gotas y el mar, con su paraguas bien sujeto y mirando el suelo de la barca.
De pronto se inclinó, tomó algo, un bulto grande que, desde la distancia, nadie era capaz de identificar. Con un enorme esfuerzo y sin soltar la pueril protección del paraguas, el hombre tiró el fardo al mar.
La muchedumbre se agitó, excitada, ahora las especulaciones caían a más velocidad que las gotas: es un cadáver, susurraban... es la prueba de algún crimen horroroso, murmuraban... es esto, es aquello, es lo otro...



 
Olfato

Cierro los ojos y huelo.
Olfateo.
Husmeo.
Olisqueo.
Alzo mi nariz, las aletas temblorosas, las fosas nasales bien abiertas y aspiro.
Me lleno de olores, los veo, los saboreo.
Huelo, huelo, huelo...
Cierro los ojos y huelo.
Me dejo guiar por mi nariz.
El paisaje se transforma.
Ya no hay volumen, color, formas, luces o sombras. Sólo hay olores, aromas naturales, perfumes artificiales, fragancias que saturan, ligeras esencias.
Hue!o al hombre que está a mi lado, a la mujer que está llegando, a la pareja que se aleja.
Mi nariz, cual mágica máquina del tiempo, me permite percibir lo que estuvo, lo que está y lo que estará.
Cierro los ojos y huelo.
Olfateo.
Husmeo.
Olisqueo.
Huelo la sangre que palpita.
Huelo la carne que se estremece.
Huelo el miedo.
Huelo la caza que se avecina.
Percibo mi propio y cambiante olor: mitad bestia, mitad humano.
Pero por encima de todo huelo la luna llena.
Alzo mi cabeza y aúllo para saludar su belleza, su frialdad y su dominio.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Escalofrío



Tormenta de verano

Martina aprovechaba la humedad condensada en el cristal de su copa para refrescarse nuca y cuello. La estruendosa tormenta de verano que golpeaba las calles había refrescado algo el ambiente, pero el calor seguía siendo sofocante aunque a Maurice, tumbado en la cama, no parecía molestarle.
Tras acabar la copa de un trago, Martina se aproximó al armario, rebuscó entre las estanterías superiores, y sacó un paraguas.
-Me llevo tu paraguas, supongo que no te importará -dijo alegremente.
Se acercó a la cama, besó al hombre y, con paso ligero y una sonrisa, abandonó el apartamento.
Sobre la cama, Maurice y sus vísceras, cuidadosamente colocadas a su lado, comenzaban, lentamente, a enfriarse.





Reflejo

Es fácil olvidar que te haces mayor si no te miras al espejo. Si no te asomas a esa ventana cruel, si tú ajado reflejo no te devuelve la mirada cansada del que acumula demasiada vida, es fácil olvidar que los años van cayendo como losas sobre tu espalda. Mientras seas capaz de evitar la visión de tus canas, de las arrugas entretejiendo la historia de tu rostro, de la piel fláccida, de tu cuerpo en ruinas, podrás fingir que eres joven y, con un poco de esfuerzo, llegar a creerlo.
Por eso dejé de mirarme al espejo, para olvidar que los años me arrollaban y la vida se me escapaba. Para no ver, para no saber, para soñar que la juventud no me iba a abandonar jamás.
Pero no fue suficiente. A pesar de haber quitado todos los espejos de casa , siempre acababa teniendo alguna visión fugaz de mi cuerpo en decadencia.en otros espejos y cristales.Y aunque lograra pasar el día sin ver mi reflejo no había manera de escapar a la visión de mis manos, de mis piernas, de mis pechos...
No me quedó más remedio que buscar otra solución.
Necesitaba olvidar que cada vez me hago más vieja y para olvidarlo debía dejar de verme.
Hice lo que tenía que hacer.
Lo único que podía hacer.
Me arranqué los ojos.
Ahora ya no puedo ver como me devoran los años.
Ahora ya no puedo ver como la edad me aplasta.
Ahora ya puedo volver a creer que soy joven.
Ahora soy feliz.


Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...