sábado, 21 de junio de 2014

Micros


Frío

Lo que más extraña es el calor: el calor de las caricias, el calor de los besos, el calor de los cuerpos. El resto, la oscuridad, los gusanos, los insectos, la estrechez, la forzada inmovilidad, lo encuentra soportable pero el frío, sobre todo el intenso frío de su propio cuerpo, la ausencia de calor, de la ternura blanda de la carne viva y cálida... Si no fuera por eso, Marina sería feliz estando muerta.








Espía

En la minúscula habitación, el espía, nervioso, entrecerraba los ojos en un vano intento de proteger sus ojos de la intensa luz que iluminaba su rostro.
-Antes de nada permítame felicitarle -decía en ese momento la voz profunda proveniente de más allá de la luz-. No cabe duda de que su plan fue profundamente meditado, su estrategia casi perfecta y su disfraz, excelente. Se nota que su organización ha pasado mucho tiempo trabajando en este proyecto. A pesar de su fracaso debería usted sentirse orgulloso. Lamentablemente no tuvo usted en cuenta un par de pequeños detalles. ¿Quiere saber cuáles son? -desde el otro lado de la luz surgió una nube de humo gris, el espía se removió inquieto y se encogió de hombros, incómodo.
Tras un ligero carraspeo, la voz continuó del otro lado de la deslumbrante luz:
-Su primer fallo fue olvidar que el Jefe lo sabe todo y cuando digo todo me refiero a que sabe hasta el color de sus calzoncillos y, por supuesto, hasta el menor de sus pensamientos. Su segundo fue mucho más banal aún, un detalle mínimo en el que no se le ocurrió pensar porque nunca ha estado entre nosotros, un fallo que podría haber evitado con un buen baño antes de venir. Y es que, verá, los ángeles no huelen a azufre.




La sombra
Era una sombra, una sombra vaga y gris acurrucada contra la pared del sucio edificio. Encogida, envuelta en varias capas de mugrienta tela, tiritando a ratos, mirando al suelo siempre, pasaba el día. Un pañuelo amarillento recogía las pocas monedas que los transeúntes dejaban caer.
La sombra no hablaba, no gemía, no se movía, tan mimetizada con la pared que sólo el pañuelo sobre la acera revelaba su presencia. La gente no quería verla y ella ponía todo su empeño en complacerlos.
Tan buena llegó a ser en pasar desapercibida, que cuando murió nadie se percató de su muerte y las monedas, escasas, lentas, siguieron cayendo sobre el mugriento pañuelo.

 

jueves, 12 de junio de 2014

Cumpleaños número doce


Doce años son... doce años, que se dicen pronto y pasan más pronto todavía. Doce años son pocos años aunque a mi enana -no tan enana- le parezcan tantos que ya anda diciendo que se hace vieja.


Doce años dan para mucho: dan para crecer, para aprender a hablar, a andar, a leer, a escribir, a sumar... Dan para jugar, para reír, para hacer amigos, para perderlos y para conocer otros nuevos.

Doce años son... doce años. En doce años hay tiempo para ganar en centímetros, atesorar recuerdos, cambiar de dientes, acumular sonrisas y hasta algún disgusto.

Doce años son... eso, doce años. Uno más que once. Y de los once a los doce mi enana -no tan enana- ha crecido un poco más y con ella ha crecido su sentido del humor irónico y su afilado sarcasmo del que no se libran ni sus padres.

Sigue adorando a One Direction y odiando a Justin Bieber.

Sus notas siguen siendo las mejores y su inteligencia sigue brillando como siempre.

Sigue siendo una autodidacta que, en cualquier momento, te sorprende con lo que ha aprendido por su cuenta.

Aún no sabe qué quiere ser de mayor... aparte de Youtuber y escritora.


Lee -a ratos- a Blue Jeans y a John Green.

Es fan (somos fans, ¿verdad, enana?) del Doctor Who, en concreto del “eleventh” Doctor y está más que preparada para viajar en la Tardis.

Sigue quejándose de que aún no le haya llegado la carta de Hogwarts.

Adora la película Frozen.

Se maneja en inglés que da gusto y sabe más de ordenadores que sus profesores.

El próximo curso comienza en el Instituto (no el que ella y nosotros queríamos) y, por supuesto, está preocupada: preocupada por lo que se va a encontrar, preocupada porque todo es nuevo, preocupada porque ninguno de sus compañeros va a ir a su Instituto... Preocupada, asustada... lo normal.

Doce años son... doce años. Doce hermosos años. Doce años de ver crecer a mi enana -no tan enana- e ir descubriendo pasito a pasito en la persona responsable, inteligente, divertida y cariñosa en que se ha convertido (los defectos los dejo para otro día :P).


¡FELIZ CUMPLEAÑOS, BOLLITO DE NATA! :)

(Esto tenía que haberlo puesto ayer pero ando con tanto lío que ni tiempo para esto he tenido...).

viernes, 6 de junio de 2014

Añoranza


En la habitación a oscuras, apenas iluminada por la parpadeante pantalla de un televisor sin sonido, el hombre, la mirada fija en las imágenes, bebe lentamente. En la pantalla un enorme sol amarillo va surgiendo lentamente tras un horizonte marino, tiñendo de dorado el cielo y las nubes. El hombre suspira y da otro trago a su bebida.
La suave luz del aparato ilumina las fotografías que llenan las paredes: espléndidos amaneceres, soleadas playas, cielos brillantemente iluminados, soles cegadores. Todas las imágenes hablan de luz, se recrean en la luz, transmiten luz pero son incapaces de traspasar e iluminar la oscuridad del recinto.
Sin dejar de mirar el amanecer en el televisor, el hombre se sirve otra copa e intenta recordar cuando fue la última vez que contempló un amanecer en vivo o que paseó por una playa o que abandonó la oscuridad nocturna para pasear bajo la luz del sol pero no lo logra. Se pregunta, sin abandonar su bebida, ni apartar la mirada del aparato de televisión, cómo era aquello de sentir el calor del sol sobre la piel, entrecerrar los ojos a causa de la intensa luminosidad del astro rey, sentarse bajo aquella luz a contemplar el mundo pero no consigue convocar más que una sombra de un lejano y vago recuerdo. Hace mucho tiempo de todo eso, demasiado.
El hombre mira la pantalla, añorante, nostálgico de esa luz que apenas recuerda, de ese calor que no consigue evocar.
Tal vez, algún día salga a la mañana o deje que la luz solar invada todo y expulse a la oscuridad en que vive.
Tal vez.
Algún día.
Pero no aún.
El hombre sigue contemplando el amanecer en la pequeña pantalla del televisor, odiando la oscuridad, añorando la luz y bebiendo copa tras copa de sangre.

 

Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...