viernes, 22 de junio de 2012

Té para dos





Era una anciana pequeña, tan delgada que parecía flotar dentro de su vestido de flores, y con unos hermosos ojos azules que al sonreír desaparecían engullidos por un mar de arrugas. Colgadas de su cuello, unas gafas de montura dorada se balanceaban al ritmo de sus lentos movimientos, mientras levantaba la humeante tetera para servir el té al hombre que, sentado frente a ella en el mullido sofá, sonreía con afabilidad.


El joven, de aspecto atractivo y simpático semblante, perfecta imagen del nieto que toda abuela desearía tener, dio las gracias a su anfitriona mientras alababa su buen gusto en la decoración y parecía mostrar sumo interés en las explicaciones que la anciana le daba. Y mientras ella hablaba él observaba su entorno, intentando adivinar en qué lugar de la casa estaría el dormitorio donde llevaría a la estúpida vieja para acabar con su vida tan lentamente como pudiera, disfrutando de cada segundo de dolor que le proporcionara y explotando de placer al ver aquellos risueños ojillos perder la luz y la vida.




Pero eso sería dentro de unos minutos, cuando sintiera que tenía todo bajo control y, especialmente, cuando se liberara de aquel curioso sopor que se estaba apoderando de él. ¿Y por qué sonreía la vieja de aquella manera tan extraña? ¡No importaba, dentro de poco estaría dormida y él estaría disfrutando de su pasatiempo favorito!

La anciana, arquetípica imagen de la dulce abuelita de los cuentos, tomó su calceta y se sentó trabajosamente en su mecedora sin dejar de hablar sobre esto, sobre aquello y sobre lo de más allá. Daba igual lo que dijera, sabía que el muchacho no le prestaba la menor atención y ni falta que hacía, lo importante vendría después, cuando el bobo sonriente se quedara dormido. La anciana se relamía de gusto pensando en todas las cosas que iba a poder hacerle al pobre memo y en lo bien que iba a quedar aquella cabeza junto a todas las que guardaba en el sótano.

Pero eso sería en un rato, cuando se le pasara la absurda modorra que estaba invadiéndola. ¿Y aquel lelo por qué la miraba de aquella forma? ¡Daba igual, en unos minutos estaría como un leño y ella se lo estaría pasando en grande con lo que más le gustaba hacer!



No pasó mucho tiempo antes de que el hombre se durmiera dejando caer la taza que sujetaba en la mano y que se rompió estrepitosamente contra el suelo. Casi a la vez, la labor de calceta resbaló de la falda de la anciana mientras la mecedora paraba lentamente su balanceo.

Durante unos minutos el silencio se extendió por la casa y se puso cómodo hasta que unos ruiditos de porcelana lo hicieron retirarse aunque no mucho.

La Muerte, sentada en el sofá, se sirvió una taza de té (con una nube de leche), tomó una pasta y contempló sonriente -es lo bueno de las calaveras: siempre están sonrientes- cómo los espíritus desencarnados de la anciana y el joven se sorprendían primero y discutían luego sobre el increíble absurdo de que, siendo dos experimentados asesinos, se hubieran excedido en la cantidad de somnífero vertido en sus respectivas tazas.

Y la Muerte, tras tomarse dos tazas de té, se quedó dormida mientras veía como las sombras de aquellos psicóptas se desvanecían sin dejar de discutir.



viernes, 15 de junio de 2012

Forense de guardia


Marcelo odiaba el turno de noche en la morgue y eso que, normalmente, no era nada aprensivo -no podía serlo siendo forense-, ni creía, por supuesto, en fantasmales apariciones -había hurgado en demasiados cuerpos como para creer en cosa semejante-, pero durante esas largas noches de trabajo el silencio de los muertos parecía mucho más opresivo y su presencia más tangible. Si a todo eso añadimos una noche tormentosa como aquella, con continuos (aunque breves) cortes de luz, y un programa de radio lleno de aparecidos y psicofonías varias, la imaginación tenía el terreno perfecto para correr desbocada y hacerle un poco de hueco al ancestral miedo que los espectros despiertan en los vivos.


 
Decidido a frenar su loca imaginación, Marcelo pensó que lo mejor que podía hacer era cambiar de emisora, olvidarse de la tormenta y ponerse a trabajar en su próximo cliente que, desde hacía rato, aguardaba ser atendido en uno de los cajones del gran congelador.

Marcelo se aseguró de tener todo el material listo, se lavó las manos, se colocó guantes, mandil y gafas, abrió la portezuela y extrajo el cuerpo que, de inmediato, se sentó y comenzó a gruñir de manera aterradora. El forense tomó un bate que tenía cerca y, sin dejar de tararear la canción de moda que sonaba en la radio, le asestó un terrible golpe en la cabeza que hizo que el cadáver viviente volviera a caer de espaldas. A continuación, y por si acaso, Marcelo le asestó un nuevo golpe.

 
Una vez satisfecho y seguro de que el zombi -ahora sí- estaba bien muerto, comenzó su trabajo canturreando por lo bajo y pensando en lo mucho que odiaba el trabajo nocturno y esas estúpidas ideas sobre terroríficos fantasmas que su enloquecida imaginación le traía a la mente en las largas noches de guardia.


Menos mal que los zombis le servían de distracción...








lunes, 11 de junio de 2012

Décimo cumpleaños

Tiene dos blogs montados sin ayuda de nadie: El blog de Ayla y Monster High Fans.
Administra un foro y tiene uno propio.

Crea avatares para otras personas.

Ella solita ha aprendido a utilizar el Gimp y el Photoshop.

Tiene perfil en facebook, twitter y hasta en Google +.

Tiene unas notas llenas de sobresalientes y notables (excepto en plástica y educación física) y sin estudiar.


A veces consigue dejar a su padre sin argumentos.

Es fantástica ignorando a matonas de medio pelo y defendiendo a amigas de ellas.

Se ha adaptado estupendamente a su nuevo colegio y ha conseguido hacer nuevas amigas con bastante rapidez.

Tiene una autoestima que parece a prueba de bombas, un vocabulario mejor que el de muchos adultos, a veces parece muy mayor y, sin embargo, sigue siendo mi bollito de nata y comportándose como una niña pequeña.

Adora sus Monster High (especialmente a Ghoulia, la zombi) y a Lady Gaga.


Esa es mi enana y hoy cumple diez hermosos, geniales y maravillosos años y dice que se está haciendo vieja :D

Y si no le llego a escribir el post cumpleañeros me monta una manifestación que ríete tú de los mineros asturianos :D

¡Feliz Cumpleaños, enana!








sábado, 2 de junio de 2012

Robots



Humanidad


Tras la desaparición de la especie humana, la Muerte vagaba sin rumbo, aburrida y apática, intentando averiguar a qué iba a dedicar el resto de la eternidad.

Desde su privilegiada atalaya, en el borde entre dos universos, vio como los robots ocupaban el lugar de los humanos, copiaban su civilización, imitaban su arte y su aspecto, y emulaban sus emociones y sentimientos. Los vio leer su historia, su filosofía y su ciencia, aprendiendo a pensar como ellos pero sin llegar a ser ellos.

Y entonces la Muerte pensó que había llegado el momento de recuperar su trabajo y, tomando su guadaña, se decidió a explicar a aquellos seres metálicos qué cosa era esa que les impedía alcanzar la ansiada humanidad.



La enfermera

Cada día, la pequeña enfermera robot recibía un dibujo de su pequeño paciente y ella, aún sin entender lo que aquello significaba, lo guardaba con cuidado.

Cada día, la pequeña enfermera robot, atendía con esmero al pequeño enfermo, recibiendo sus sonrisas y besos con desconcertada indiferencia.

Cada día, sin falta, hasta la mañana en que la pequeña enfermera robot encontró la pequeña cama vacía y, accediendo a su base de datos, supo que el pequeño enfermo ya no sonreiría, ni dibujaría, ni la besaría.

Ese día, la pequeña enfermera robot sintió que algo se rompía en su interior y quedó  temporalmente inoperativa.

En mantenimiento dijeron que había sido un cortocircuito.

Yo lo habría llamado dolor claro que yo no sé nada de robots...





Revolución

La revolución de los robots fue totalmente inesperada, formidablemente violenta... y extremadamente corta.

Por suerte para los humanos, los robots habían olvidado hacer lo único que los hombres aún hacían por ellos: recargar sus baterías.





Karma

  El viejo monje observaba la delicada mariposa posada en su dedo. ‒Una vez fui como tú -le dijo-, y una vez tú fuiste como yo. Lo recuerdo ...