Meshkenet
La procesión había llegado y partido.
El llanto de las plañideras, empujado por el silencio de los muertos, suena ya lejano.
Ini-herit aguarda y cuando el último lamento es llevado por el viento, entra en la tumba y, arrastrándose cual sombra, llega hasta la cámara funeraria.
En medio de la sala, el ataúd de Meshkenet parece aguardarlo.
Ini-herit abre el féretro y contempla a la muchacha. Acaricia la máscara que cubre su rostro y se tiende en el sarcófago junto a ella
Con dulce voz Ini-herit recita los poemas que le compuso, los que ella nunca pudo escuchar.
Ra se oculta. La noche cae sobre la ciudad de los muertos. Ini-herit, sin dejar de recitar, aguarda la llegada de Anubis.
Silencio
Se sienta ante la emisora de radio. Frente a él, el micrófono y a su derecha, la pistola.
Poniéndose los auriculares comienza su ritual búsqueda por las frecuencias, aguzando el oído por si surge alguna voz y enviando su mensaje cada pocos minutos. Hace dos meses que repite los mismos gestos mecánicos pero la emisora, como siempre, sólo le devuelve el silencio de un mundo sin humanos.
Hoy se cumple el plazo que se había impuesto antes de tomar la única salida posible a su soledad.
Toma la pistola que no ha dejado de acariciar, la acerca a su boca y aprieta el gatillo.
Un segundo más tarde sus oídos muertos reciben el débil sonido de una voz lejana.
La muerte perfecta
- ¿Cuántas veces ha muerto ya? -preguntó la Muerte.
- Esta es la vigésimo quinta -respondió la sombra con alegría.
- ¿Y no cree que ya es suficiente? -volvió a preguntar la Muerte.
-Huy, qué va, aún me quedan otras tantas hasta lograr adquirir la experiencia necesaria y tener una muerte perfecta -y dicho esto, la sonriente sombra se desvaneció.
La Muerte suspiró resignada y, por enésima vez en aquella eternidad, se prometió no volver a caer en la trampa de los tratos de última hora.