Aquí, donde usted nos ve, viejos y amarillentos, con las hojas despegadas y oliendo a papel quebradizo, hubo en tiempo que fuimos maravillosamente jóvenes, como ella. Lo recordamos bien, no debía tener más de quince o dieciséis años y se veía a la legua que no era la chica más popular del instituto. Tenía que haberla visto, menudo desastre de adolescente: gafosa, sobrada de peso y con cara de ser de lo más tímido. ¡Un horror, vamos!
La habíamos visto rondar por aquella librería más de una vez. Estaba a pocos metros de su instituto y era donde, normalmente, tanto ella como sus compañeras compraban sus libros de texto y demás material pero nunca se había aproximado a nosotros. Nos echaba miradas así, como de reojillo, pero nunca se había atrevido a mirarnos más de cerca.
Pero un día se animó. Se ve que, de alguna manera, logró ahorrar unas pesetillas para llevarse a uno de nosotros y no lo dudó un instante. Se acercó a la estantería y fue acariciando nuestros negros lomos uno por uno, entre fascinada e indecisa. Ladeaba la cabeza y, pasando lentamente el dedo sobre el flexible cartón, leía el título. Miró y remiró, sin decidirse por ninguno, era el primer libro que compraba para sí misma y quería elegirlo con mucho cuidado.
Era, también, el primer libro de Ciencia-Ficción que iba a leer. Era ese un género que le resultaba sumamente atractivo aunque nunca hubiera leído nada de ese género.
Tiene gracia tanto cuidado en la elección, porque dudo -dudamos- de que ahora fuera capaz de decir cuál de nosotros llevó primero a casa... ni nosotros tampoco, y es que llevamos tantísimo tiempo juntos que hemos adquirido una especie de conciencia grupal y los recuerdos de uno son los recuerdos de todos.
Tras largo rato de mirar y remirar, se decidió por uno de nosotros, lo llevó a la caja, lo pagó y, guardándolo emocionada en su bolsa, lo llevó a casa mezclado con sus libros de texto.
Aquel libro primero iba un poco acongojado. Igual era de esas que dobla las páginas para marcar donde terminó la lectura. O de esos que prestan sus libros sin criterio alguno. O una de aquellas que te olvidan en cualquier rincón. O, peor aún, quizás fuera a quedarse sólo y perdido en una estantería para siempre.
Al llegar a casa, ella lo puso en una estantería y, en cuanto dispuso de un rato, volvió a por él. Acarició su tapa de cartón flexible, hundió la nariz entre sus páginas aspirando su aroma a papel nuevo y recién impreso. Luego, casi con reverencia, lo abrió e inició la lectura. Leía a todas horas, en cualquier sitio y sólo abandonaba el libro si no le quedaba más remedio.
Cuando terminó, con un suspiro de satisfacción y algo de pena, puso el libro en la estantería junto a otros que allí ya estaban pero que no habían sido elegidos con tanto cuidado y tanto mimo como aquel libro de Ciencia-Ficción, porque no habían sido elegidos por ella. Al poco tiempo apareció otro de nuestros hermanos, y luego otro, y otro hasta completar (o casi) la colección. A lo largo de los años algunos han desaparecido a causa de la edad pero la mayoría seguimos aquí, más viejos, algo deshechos pero con todas nuestras páginas y bien juntitos. Ahora nos acompañan muchísimos más de Ciencia-Ficción, de Fantasía, de Terror y, también, claro, otro tipo de literatura: Galdós, Clarín, García Márquez, Mark Twain, Saramago... y otros más.
Nos quiere a todos, tanto, que cuando cambió de ciudad nos trajo con ella. No le importa si amarilleamos o si nos deshojamos fácilmente. No le importa nuestro olor polvoriento. No le importa que nuestras portadas se muestran ajadas o si la hemos perdido. Nada de eso le importa, nos sigue manteniendo a su lado y siempre lo hará.
A algunos no ha vuelto a tocarnos, a otros los ha leído hasta diez veces, pero a todos nos mantiene con ella y, lo más importante para nosotros, nunca olvida que fuimos los primeros de una ya extensísima lista.
Colección Super Ficción 1ª época - Ediciones Martínez Roca